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Tango, fútbol y aviones de papel

Jun 22, 2016 | Crónicas, Historias


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Por Mauricio López Rueda

 

Antonio Mejía Lopera nació en 1953, cuando su hermano Gabriel ya era un consagrado arquero con pasado en Atlético Nacional y Deportivo Independiente Medellín. A los siete años conoció el Aeropuerto Olaya Herrera porque sus padres, Jesús y Mariana, oriundos de Santa Fe de Antioquia, lo llevaban a las mangas aledañas al Rodeo y Campos de Paz junto a sus demás hermanos para ver llegar y despegar aviones. “Eran como avioncitos de papel”, recuerda Antonio, quien también se hizo futbolista aunque sin tanta suerte como Gabriel, quien incluso representó a Colombia y, en los años sesenta, jugó para la selección ecuatoriana en dos amistosos contra el Santos de Pelé y el Real Madrid de D’Stéfano. 

La familia floreció en el sector de Camellón de Guanteros, en el barrio Buenos Aires, todos amantes del tango, los boleros y la “pecosa”. “En esos tiempos las distracciones era ver fútbol, ir al aeropuerto y escuchar tangos. Nosotros hacíamos las tres cosas cada fin de semana, sin falta, aunque mi papá se dio cuenta muy tarde de que éramos futbolistas profesionales”, narra Antonio.

 

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Gabriel se hizo futbolista a los 14 años, con el equipo de Indulana. Carlos J. Echavarría le enseñó a utilizar las máquinas textileras, pero como no podía darle trabajo lo vinculó al equipo de la empresa. Al poco tiempo se convirtió en la estrella del elenco y entonces fue reclutado por Nacional. Así empezó su peregrinaje por el fútbol, viajando cada fin de semana a Bogotá, Manizales, Cali, Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Bucaramanga, Cúcuta e Ibagué. Casi siempre viajaba en avión, desde el Olaya Herrera, a donde su familia iba a despedirlo religiosamente. Con el tiempo, e inspirado en la historia de Carlos Gardel, el “Zorzal criollo” que falleció en un accidente aéreo en 1935, Gabriel también se hizo cantante de tangos y fundó un bar para presentarse ante sus amigos: El Viejo Rincón de los Artistas. 

 

El sitio se construyó en New York, Estados Unidos, en 1968, porque Gabriel se había ido a jugar al Nápoles de esa ciudad. Por las noches, después de los entrenamientos o los partidos, se iba para el bar y, junto a futbolistas argentinos como René Seghini y José Luis Lanza, se plantaba a cantar tangos de Gardel, Agustín Magaldi o Armando Moreno. Grabó cuatro discos.

 

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En 1978, Antonio se trajo el bar para Medellín y lo ubicó en la carrera 65 con la calle Colombia. Ahora funciona en el centro, a pocas cuadras de Buenos Aires, por la calle Bomboná. Como Gabriel falleció en 1973 debido a un paro cardiaco, el bar pasó a sus hermanos más jóvenes: Gustavo, Antonio y Yolanda, quienes lo mantienen vivo a pesar de la escasa clientela, como una especie de templo para su hermano, para la música de arrabal y, en general, para esa bella época de los años cincuenta y sesenta cuando en Medellín reinaba el tango y sus tonadas sabían a fútbol.

 

“Para nosotros el Olaya significa mucho. Allá pasamos los mejores momentos como familia, allá murió Gardel y desde allá despegó la carrera futbolística de mi hermano Gabriel”, expresa con nostalgia Antonio entre cientos de fotos, recortes de álbumes y, entre gol y gol, un tango.

 

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