Por Mauricio López Rueda
Antonio Mejía Lopera nació en 1953, cuando su hermano Gabriel ya era un consagrado arquero con pasado en Atlético Nacional y Deportivo Independiente Medellín. A los siete años conoció el Aeropuerto Olaya Herrera porque sus padres, Jesús y Mariana, oriundos de Santa Fe de Antioquia, lo llevaban a las mangas aledañas al Rodeo y Campos de Paz junto a sus demás hermanos para ver llegar y despegar aviones. “Eran como avioncitos de papel”, recuerda Antonio, quien también se hizo futbolista aunque sin tanta suerte como Gabriel, quien incluso representó a Colombia y, en los años sesenta, jugó para la selección ecuatoriana en dos amistosos contra el Santos de Pelé y el Real Madrid de D’Stéfano.
La familia floreció en el sector de Camellón de Guanteros, en el barrio Buenos Aires, todos amantes del tango, los boleros y la “pecosa”. “En esos tiempos las distracciones era ver fútbol, ir al aeropuerto y escuchar tangos. Nosotros hacíamos las tres cosas cada fin de semana, sin falta, aunque mi papá se dio cuenta muy tarde de que éramos futbolistas profesionales”, narra Antonio.
Gabriel se hizo futbolista a los 14 años, con el equipo de Indulana. Carlos J. Echavarría le enseñó a utilizar las máquinas textileras, pero como no podía darle trabajo lo vinculó al equipo de la empresa. Al poco tiempo se convirtió en la estrella del elenco y entonces fue reclutado por Nacional. Así empezó su peregrinaje por el fútbol, viajando cada fin de semana a Bogotá, Manizales, Cali, Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Bucaramanga, Cúcuta e Ibagué. Casi siempre viajaba en avión, desde el Olaya Herrera, a donde su familia iba a despedirlo religiosamente. Con el tiempo, e inspirado en la historia de Carlos Gardel, el “Zorzal criollo” que falleció en un accidente aéreo en 1935, Gabriel también se hizo cantante de tangos y fundó un bar para presentarse ante sus amigos: El Viejo Rincón de los Artistas.
El sitio se construyó en New York, Estados Unidos, en 1968, porque Gabriel se había ido a jugar al Nápoles de esa ciudad. Por las noches, después de los entrenamientos o los partidos, se iba para el bar y, junto a futbolistas argentinos como René Seghini y José Luis Lanza, se plantaba a cantar tangos de Gardel, Agustín Magaldi o Armando Moreno. Grabó cuatro discos.
En 1978, Antonio se trajo el bar para Medellín y lo ubicó en la carrera 65 con la calle Colombia. Ahora funciona en el centro, a pocas cuadras de Buenos Aires, por la calle Bomboná. Como Gabriel falleció en 1973 debido a un paro cardiaco, el bar pasó a sus hermanos más jóvenes: Gustavo, Antonio y Yolanda, quienes lo mantienen vivo a pesar de la escasa clientela, como una especie de templo para su hermano, para la música de arrabal y, en general, para esa bella época de los años cincuenta y sesenta cuando en Medellín reinaba el tango y sus tonadas sabían a fútbol.
“Para nosotros el Olaya significa mucho. Allá pasamos los mejores momentos como familia, allá murió Gardel y desde allá despegó la carrera futbolística de mi hermano Gabriel”, expresa con nostalgia Antonio entre cientos de fotos, recortes de álbumes y, entre gol y gol, un tango.