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El lotero del Olaya

Oct 9, 2016 | Crónicas, Historias

lotero-olayaPor Mauricio López Rueda

Jairo Rendón tiene 76 años y trabaja en el Aeropuerto Olaya Herrera desde 1964. Llegó de Anserma, Caldas, municipio donde nació, y se instaló en el barrio Campo Valdés en el nororiente de Medellín. Es un personaje como sacado de un cuento de Tomás Carrasquilla o de García Márquez. Padece de un exceso de sinceridad y su corazón debió haber sido más grande porque ha tenido tantos amores que incluso le han provocado taquicardias en más de una ocasión.

“Fui muy mujeriego de joven, no lo niego, pero cuando conocí a mi actual esposa hice un juramento para no caer en tentaciones”, cuenta Jairo, el famoso “viejito” del Olaya, un vendedor de lotería que se ve deambulando por los pasillos desde las siete  de la mañana hasta las cuatro de la tarde, todos los días.

“Antes llegaba a las 4:30 de la mañana, pero los achaques de la vejez no me permiten tanto esfuerzo. Soy como los niños pequeños, que duermen y juegan todo el día”, narra.

Dice tener más de 20 hijos regados por todas partes de Colombia. Muchos lo han buscado hasta el cansancio, sólo para conocerlo. Ninguno le ha hecho reclamos ni le ha pedido dinero. Todos, según Jairo, se han despedido de él con un abrazo y en buenos términos.

“Admito que me da sustico cuando veo llegar mujeres o hombres y dicen que son mis hijos. Me da miedo pensar en reacciones bruscas, pero hasta ahora todos han sido muy decentes. Lo único que buscan es conocerme”, asegura el viejo Jairo, casado con Teresa de Jesús Ossa Ramírez, mujer que tuvo que soportar los últimos años de juerga del bohemio caldense.

“Yo me enrumbaba en La Bayadera, en el Bar Colón, en El Antioqueño. Era muy bailarín y siempre tenía palabras bonitas en la punta de la lengua. Las mujeres caían rendidas en mis brazos, las enamoraba fácil, aunque a veces recibía ayuda de Armando Moreno, Óscar Agudelo u Olimpo Cárdenas”, cuenta entre risas Jairo, quien casi sucumbe ante una fuerte úlcera, hace más de 25 años, y por eso dejó de beber licores.

Lo que no abandona Jairo es el aeropuerto, su segunda casa, el escenario donde recuerda sus viejos buenos tiempos de tangos, boleros y aguardientes. Lo curioso es que en más de 50 años viendo partir y aterrizar aviones, el ‘viejito’ todavía no se ha atrevido a volar.

“Muchos pilotos me dicen que me suba. Que ellos me llevan gratis a donde yo quiera. Y que me vuelven a traer. Pero yo les digo que no, pues a mí me dan miedo esos pájaros de metal”, confiesa.

Es un viejo optimista y bonachón que ha vendido varios números ganadores de la lotería, aunque todavía nadie se lo ha agradecido con una “liguita”. Pero es que a Jairo no le hace falta la plata, lo único que le hace falta, dice, es más años de vida para seguir conociendo personajes, para seguir conociendo hijos, y para seguir amando a su adorada Teresa.

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