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El inspirador vuelo de Amelia

Oct 17, 2019 | 2019, Artículos Patrimoniales, Crónicas

Mauricio López Rueda

En el Olaya Herrera recordamos la vida de una de las mujeres más importantes de la historia, Amelia Mary Earhart, y con ella hemos tenidos diferentes actividades de promoción en el año, incluyendo la difusión de los valores que constituyen la base del código de integridad de la entidad.

En la historia de la aviación ninguna mujer logró tanto impacto como Amelia Mary Earhart, una joven inquieta, ruidosa, intrépida e inteligente nacida en la localidad de Atchinson, Kansas, en los Estados Unidos, el 24 de julio de 1898.
No vivió mucho tiempo, desgraciadamente, pero 39 años le bastaron para transformar el mundo de la aviación y demostrar que las mujeres también podían cumplir el sueño de volar y participar en las actividades que en su época estaban solo reservadas a los hombres.
Durante la Primera Guerra Mundial prestó servicios como enfermera en el ejército aliado, junto a su hermana Muriel. Estando allí atendió muchos pilotos heridos y conoció el Cuerpo Real de Aviación. Esa experiencia, según contaría después, fue la que significó el “piquete del gusanito de la aviación”.

Ese piquete se convertiría pronto en un virus incontrolable. En 1920, Amelia volvió a reunirse con su familia en California, y durante una visita a la Feria Estatal de ese año, tuvo la fortuna de acompañar a un piloto en un vuelo sobre Los Ángeles, en un biplano. Desde entonces se prometió volar hasta el día de su muerte.

Neta Snook, otra pionera de la aviación femenina, fue su primera instructora. Durante esa época logró obtener un prototipo del aeroplano Kinner, al que llamó El Canario. Con esa aeronave, en 1922 logró el récord de altitud al volar a 14 mil pies, 4267 metros de altura, y un año después se convirtió en la decimosexta mujer en recibir la licencia de piloto de la Federación Aeronáutica Internacional.

Pero lo mejor estaba por llegar. En 1928 conoció al hombre que se convertiría en su esposo, el publicista George Putnam, quien la buscó para un peculiar trabajo, volar el Fokker F. VII de la familia Guest, sobre el Atlántico, hasta el Reino Unido.
Amelia aceptó el reto y, junto al piloto Wilmer Stultz y el mecánico Louis Gordon, voló hasta Burry Port, en Gales, en ese Fokker que fue bautizado Friendship.
Pese a que Amelia reconoció que casi todo el trabajo lo hicieron sus acompañantes, la prensa se volcó sobre ella y la transformó en una figura pública, en una heroína del feminismo, que por esos tiempos también defendía el derecho a sufragar y obtener sueldos equitativos en las fábricas. Le pusieron el apodo de Lady Lindy, por su parecido con el aviador Charles Lindbergh.

Con la ayuda de Putnam escribió el Best Seller Veinte horas y cuarenta minutos, que se vendió como pan caliente en 1931. Dos años antes, Amelia había organizado una carrera de mujeres pilotos entre Los Ángeles y Cleveland que se llamó The Powered-puff Derby.
Por esos años también fundó las 99, una agremiación de mujeres pilotos, y compró el famoso Lockheed Vega rojo, que se encuentra en el museo de aviación estadounidense, y con el cual rompió varios récords de velocidad. En 1932, Amelia fue la primera mujer en volar sola sobre el atlántico, hasta Gran Bretaña, por lo cual fue condecorada por el presidente Hoover y recibió las llaves de varias ciudades.

En 1935 salió de Honolulu y aterrizó en Oakland, California, siendo la primera mujer en volar sobre el Pacífico, reto que ya habían intentado diez pilotos, con consecuencias fatales. Franklin D. Roosevelt le envió felicitaciones y su fama se hizo mayor. También voló en solitario desde Los Ángeles hasta Ciudad de México y luego hasta New Jersey.

Amelia era adorada por todos los estadounidenses, aunque no faltaba uno que otro hombre que la miraba con desprecio y envidia. Los niños la veían como un ejemplo a seguir, y particularmente las niñas, quienes se disfrazaban de ella en las fiestas de Halloween.
Pero la tragedia tocó a la puerta de Amelia en 1935, cuando comenzó a planear su vuelo por encima de la línea del Ecuador, que divide al mundo en dos hemisferios.


Tras un inicial intento fallido, en 1937, y volando un Lockheed Electra 10E, Amelia salió de Miami con rumbo a Puerto Rico. Desde allí voló hasta Caipirito, en Venezuela, y tras sobrevolar Suramérica cruzó hasta el continente africano y pasó sobre el mar Rojo.
Hizo un vuelo inédito hasta Karachi, Pakistán. Luego fue a Calcuta y posteriormente a Rangún, Birmania; Bangkok, Tailandia; Singapur; y Bandung, Indonesia. En Bandung tuvo percances y se enfermó, pero continúo el viaje. Partió hacia Darwin, Australia, y de ahí a Lae, Papúa, el 29 de junio de 1937, con 35.405 kilómetros recorridos.

El 2 de julio se perdió rumbo a la isla de Howland. Nunca se supo el rumbo que tomó tras alcanzar Nukumanu. Dicen que sus restos fueron encontrados en una playa, y que murió como náufrago. Amelia hace parte de la historia de la aviación porque se atrevió a promover la aviación entre las mujeres. Solía decir: “Las mujeres deben intentar hacer todo lo que hacen los hombres”.

Franklin D. Roosevelt ordenó una búsqueda con 9 barcos y 66 aviones que costó 4 millones de dólares, pero no pudieron encontrar sus restos.

Amelia no es sólo un símbolo de la aviación, sino también del feminismo y de la fuerza de los sueños. Por eso, en el aeropuerto Olaya Herrera le hemos recreado, a manera de homenaje, para promover importantes valores como el Respeto, la Diligencia, el Compromiso, la Justicia y la Honestidad, los cuales conforman el código de la integridad, cualidad que se traduce en que todos, como seres humanos, debemos tener coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos.

Amelia, con su inolvidable traje de piloto, se ha paseado por nuestros pasillos y salones, llevando el mensaje de la integridad a todos los visitantes y colaboradores, porque como Bien de Interés Cultural, no solo promovemos la historia y el patrimonio, sino también los buenos valores.

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